vs.
Grandes pugnas se han dado lugar a lo largo de la historia del rock, y hoy mi intención es ahondar mucho más allá del ya manido tópico Beatles contra Stones.
Enfrentamiento del que, por otra parte tan sólo he tenido constancia directa a través de mi familia, en cuyo núcleo en su día hubo militantes a lado y lado.
En esa ocasión no llegó nunca la sangre al río, nada más faltaría. Por eso mismo pasaremos a ocuparnos de otros casos en los que aparte de la rivalidad intrínseca, cabría añadirle cierto componente escabrosillo.
Empezaremos remontándonos a principios de la pasada década, época de auge para las hoy llamadas “boy bands”.
New Kids on The Block revolucionaron las aulas de primaria y alguna que otra hormona pubescente alrededor del mundo. Tuvieron los estadounidenses un reinado sin discusión hasta que sus homólogos británicos Take That (todos tenemos un pasado, Robbie Williams) irrumpieron en el mercado discográfico con exactamente su misma propuesta.
Por lo que respecta a los interesados nunca hubo declaraciones cruzadas de ningún tipo, simplemente NKOTB sucumbieron por cuestiones meramente generacionales.
De hecho, siempre que ha aparecido en el panorama musical alguna banda cuyos miembros se hacen llamar “boys”, “girls” o “kids” la he relacionado inmediatamente con la palabra “fracaso” debido a que dichos calificativos están asociados a roles eventuales. Y la eventualidad y el éxito yendo de la mano ya se sabe, pueden ser compatibles pero difícilmente provechosos a ningún nivel.
Dicho de otra forma: ¿No sugiere acaso patetismo imaginarse a esos “boys” o “kids” ejecutando coreografías de a cinco a la edad de setenta años luciendo calva y dentadura?. Lo que otrora exaltara jovialidad y dinamismo se convertiría en catalizador de mofa y despropósito. No es viable, y punto.
Hecho este inciso retomaremos el hilo de la confrontación NKOTB vs Take That muy al margen de los obviamente implicados. Recuerdo haber sido testigo que la “batalla” se libró entre otras, en las calles de mi ciudad.
Decenas de fans (generalmente femeninas) de unos y otros se convocaban sábado tras sábado en las inmediaciones del Corte Inglés de Plaza Catalunya con la intención de manifestar fervor incondicional por los unos y odio visceral por los otros a base, incluso, de llantos e histerismos si era menester. "Teenage angst", que dirían mis bien considerados Placebo.
Con el paso de no mucho tiempo Take That llegaron a su declive y casi de forma paralela a éste, la explosión del brit pop.
Los dos buques insignia del movimiento, Blur y Oasis, sí que fueron protagonistas en primera persona de un largo enfrentamiento que llenó páginas y páginas en los tabloides británicos. Y además grababan discos.
Por aquel entonces la batalla quedó en tablas y actualmente podría decirse que el tiempo no dio la razón ni a los gañanes y lenguaraces hermanos Gallagher ni al pijo de Damon Albarn y su impasible comparsa. Bien está lo que bien acaba.
Hecho este recorrido acerca de las rivalidades más encarnizadas de los últimos tiempos (disculpenme si obvio a Los Chichos vs Los Chunguitos en el caso de haber sido rivales en algún momento pero ustedes verán, el folklore marginal no es algo de lo que gusto documentarme. Quién sabe, un mundo por descubrir) pasaremos a hablar de comparaciones.
Personalmente me da mucha rabia oír expresiones tales como “la Britney Spears española”.
Quizás el complejo de inferioridad en el ámbito musical que arrastra España lleva a muchos a crear paralelismos donde no los hay o simplemente al comprometedor e incómodo ejercicio que es comparar.
Discutibles dicotomías han quedado primero para la estupefacción, luego para el análisis. He aquí unas cuantas.
¿Es Miguel Bosé el David Bowie español o se muere de ganas de serlo?. Yo apuesto por lo segundo.
¿Nacho Cano el Mike Oldfield español?. Que no se moleste, ser comparado con Mike Oldfield hoy día es un dudoso honor, así que mejor que el señor Cano siga tan mal como de costumbre, pero en su línea.
¿Marta Sánchez la Madonna española?. ¿Aparte de clonar el tono de su Farmatint, en qué logró Marta emular con éxito a la diva italoamericana?.
Ya puestos ¿Cabría un paralelismo o punto de encuentro entre las trayectorias de Los Pecos y Modern Talking?. Tal vez: Uno moreno y otro rubio, entonando sus respectivas tonadillas a dúo… Puede que sí, puede que no.
Como en toda regla siempre hay excepciones, en este caso la responsabilidad recae en la persona de Enrique Bunbury.
Tal es su abanico de cualidades y registros (ora rockero apocalíptico, ora maestro de ceremonias vodevilesco) que de ponderar su idiosincrasia, no cabría nada más que enaltecerla como encarnación de Raphael (el auténtico) en el siglo XXI. Los mismos giros histriónicos, la misma exhuberancia gutural. ¿Se imaginan un dúo Bunbury – Rocío Jurado?. ¿Y un especial Nochebuena “Los villancicos de Enrique” en TVE?.
Entrañable, ¿no creen?.
Enfrentamiento del que, por otra parte tan sólo he tenido constancia directa a través de mi familia, en cuyo núcleo en su día hubo militantes a lado y lado.
En esa ocasión no llegó nunca la sangre al río, nada más faltaría. Por eso mismo pasaremos a ocuparnos de otros casos en los que aparte de la rivalidad intrínseca, cabría añadirle cierto componente escabrosillo.
Empezaremos remontándonos a principios de la pasada década, época de auge para las hoy llamadas “boy bands”.
New Kids on The Block revolucionaron las aulas de primaria y alguna que otra hormona pubescente alrededor del mundo. Tuvieron los estadounidenses un reinado sin discusión hasta que sus homólogos británicos Take That (todos tenemos un pasado, Robbie Williams) irrumpieron en el mercado discográfico con exactamente su misma propuesta.
Por lo que respecta a los interesados nunca hubo declaraciones cruzadas de ningún tipo, simplemente NKOTB sucumbieron por cuestiones meramente generacionales.
De hecho, siempre que ha aparecido en el panorama musical alguna banda cuyos miembros se hacen llamar “boys”, “girls” o “kids” la he relacionado inmediatamente con la palabra “fracaso” debido a que dichos calificativos están asociados a roles eventuales. Y la eventualidad y el éxito yendo de la mano ya se sabe, pueden ser compatibles pero difícilmente provechosos a ningún nivel.
Dicho de otra forma: ¿No sugiere acaso patetismo imaginarse a esos “boys” o “kids” ejecutando coreografías de a cinco a la edad de setenta años luciendo calva y dentadura?. Lo que otrora exaltara jovialidad y dinamismo se convertiría en catalizador de mofa y despropósito. No es viable, y punto.
Hecho este inciso retomaremos el hilo de la confrontación NKOTB vs Take That muy al margen de los obviamente implicados. Recuerdo haber sido testigo que la “batalla” se libró entre otras, en las calles de mi ciudad.
Decenas de fans (generalmente femeninas) de unos y otros se convocaban sábado tras sábado en las inmediaciones del Corte Inglés de Plaza Catalunya con la intención de manifestar fervor incondicional por los unos y odio visceral por los otros a base, incluso, de llantos e histerismos si era menester. "Teenage angst", que dirían mis bien considerados Placebo.
Con el paso de no mucho tiempo Take That llegaron a su declive y casi de forma paralela a éste, la explosión del brit pop.
Los dos buques insignia del movimiento, Blur y Oasis, sí que fueron protagonistas en primera persona de un largo enfrentamiento que llenó páginas y páginas en los tabloides británicos. Y además grababan discos.
Por aquel entonces la batalla quedó en tablas y actualmente podría decirse que el tiempo no dio la razón ni a los gañanes y lenguaraces hermanos Gallagher ni al pijo de Damon Albarn y su impasible comparsa. Bien está lo que bien acaba.
Hecho este recorrido acerca de las rivalidades más encarnizadas de los últimos tiempos (disculpenme si obvio a Los Chichos vs Los Chunguitos en el caso de haber sido rivales en algún momento pero ustedes verán, el folklore marginal no es algo de lo que gusto documentarme. Quién sabe, un mundo por descubrir) pasaremos a hablar de comparaciones.
Personalmente me da mucha rabia oír expresiones tales como “la Britney Spears española”.
Quizás el complejo de inferioridad en el ámbito musical que arrastra España lleva a muchos a crear paralelismos donde no los hay o simplemente al comprometedor e incómodo ejercicio que es comparar.
Discutibles dicotomías han quedado primero para la estupefacción, luego para el análisis. He aquí unas cuantas.
¿Es Miguel Bosé el David Bowie español o se muere de ganas de serlo?. Yo apuesto por lo segundo.
¿Nacho Cano el Mike Oldfield español?. Que no se moleste, ser comparado con Mike Oldfield hoy día es un dudoso honor, así que mejor que el señor Cano siga tan mal como de costumbre, pero en su línea.
¿Marta Sánchez la Madonna española?. ¿Aparte de clonar el tono de su Farmatint, en qué logró Marta emular con éxito a la diva italoamericana?.
Ya puestos ¿Cabría un paralelismo o punto de encuentro entre las trayectorias de Los Pecos y Modern Talking?. Tal vez: Uno moreno y otro rubio, entonando sus respectivas tonadillas a dúo… Puede que sí, puede que no.
Como en toda regla siempre hay excepciones, en este caso la responsabilidad recae en la persona de Enrique Bunbury.
Tal es su abanico de cualidades y registros (ora rockero apocalíptico, ora maestro de ceremonias vodevilesco) que de ponderar su idiosincrasia, no cabría nada más que enaltecerla como encarnación de Raphael (el auténtico) en el siglo XXI. Los mismos giros histriónicos, la misma exhuberancia gutural. ¿Se imaginan un dúo Bunbury – Rocío Jurado?. ¿Y un especial Nochebuena “Los villancicos de Enrique” en TVE?.
Entrañable, ¿no creen?.
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