Cockney pride
Llegado a España el auge de las telenovelas a finales de los 80, y ante la inexistencia de seriales de producción propia, quienes ya entonces éramos televidentes, sufrimos un severo marcaje mayormente a cuenta de culebrones iberoamericanos.
Fue posterior la llegada de las soap operas a nuestras pantallas. Llamadas así debido a que en la televisión estadounidense de los años 50 dichas producciones estaban financiadas por empresas de productos de limpieza.
Eran estos culebrones primigenios simples recreaciones de sus antecesoras, fotonovelas y radionovelas. La fórmula funcionó y desde entonces a nuestros días.
Si no hace mucho en Frío de Verano nos referimos, aunque muy por encima, al culebrón australiano "Neighbours", no podríamos para nada obviar a la telenovela de la BBC "Eastenders".
Todavía vigente tras veinte años de emisión initerrumpida, no es, sin embargo la soap opera más longeva del panorama televisivo. El listón de "Coronation Street" , de la cadena ITV, tras cuarenta y cuatro años en antena está aún por superar.
Pero no fue el devenir cotidiano de los vecinos de esta calle de Manchester el que caló hondo en los telespectadores catalanes. Ya que a mediados de los 90 la cadena autonómica TV3 quiso volver a apuntarse el tanto del éxito que obtuvo con "Eastenders" al emitir escasamente una temporada de la serie, que obtuvo una discreta cuota de audiencia.
Rebautizada su rival "Eastenders" como "Gent del barri", aterrizó durante 1987 con dos temporadas de retraso.
No obstante, TV3 ("la teva", así rezaba el slogan) emitió el serial desde el principio asegurándose así no pocos incondicionales en la franja horaria de la sobremesa.
No relataba las intangibles vicisitudes de las grandes sagas de las teleseries de lujo y poder como Dallas, Dinastía y Falcon Crest (sí, ahora también en City TV para los muy nostálgicos) ni los tórridos y pasionales romances de la más genuína tradición venezolana. Tal vez por ese motivo no cayó en el estereotipo folletinesco y claramente despectivo en el que estaban por aquel entonces encasilladas las anteriormente referidas.
No susceptible por naturaleza a ser comparada con el producto nacional, si bien cabe advertir que todo paralelismo no procede.
Desengáñense y dejen de leer si creen que, por ejemplo, "Los Serrano" es una adaptación castiza del caso que nos ocupa.
Nada que ver, estamos simplemente ante un reflejo sin artificios (a veces irónico, a veces hiperrealista) de usos y costumbres de la sociedad. Británica, sí. ¿Pero no es acaso el comadreo un valor universal?. Ya ven. Tan lejos, tan cerca.
Escudada en gran parte por la solvencia interpretativa de su elenco (a quienes supongo contratados en modalidad vitalicia) discurría a lo largo de cientos de capítulos este gran drama contemporáneo entre encarnizadas rivalidades de clanes, amores furtivos, personajes de turbio pasado y dudosa moralidad, secretos inconfesables, rencillas irreconciliables, traiciones, infidelidades, extorsiones de medio pelo, economías precarias, paternidades cuestionadas y demás desencuentros.
Tragedias de mesa camilla, al fin y al cabo, que se veían amplificadas por el encanto de su cotidianidad. Costumbrismo kitsch, lo llamaría yo.
Fieles exponentes de esta corriente serían el binomio Dot Cotton - Ethel Skinner, o lo que es lo mismo, la quintaesencia de Walford. El barrio londinense donde se desarrolla el hilo argumental.
Entrañables señoras octogenarias típicamente inglesas, ambas dos con una existencia plagada de fatalidades y sinsabores que han ido sorteando a golpe de cotilleo y corrillo vecinal dando vidilla a la fauna endémica de Albert Square. Y que no decaiga.
A pesar de que buena parte de la acción está rodada en exteriores cabe destacar también la escenografía y el atrezzo, impagables.
Emblemático es ya el Queen Victoria, mugriento pub regentado por la familia Watts, donde al final del día solían reunirse todos los personajes a ventilar sus penas y alegrías. ¿O tal vez a gestar conspiraciones y trifulcas con los que mantenernos en vilo hasta el día siguiente?. Quién sabe...
La casa de la familia Beale, ese gran matriarcado azotado por desgracias tales como un hijo seropositivo, una hija mal casada con un mega-loser y convertida en madre adolescente merced al padre de su mejor amiga, un marido pusilánime y adúltero confeso a la vez, y un hermano inexplicablemente atropellado por un autobús.
Irrepetibles momentos de llanto y tensión fueron los vividos en el salón comedor de los Beale, pero inasequible al desasosiego emergía cual cetro desde la mesa una tremenda tetera enfundada en una especie de poncho de lana decorado con motivos florales. Ostentaba una borla como remate de la pieza. Y créanme, era capaz de herir todo criterio estético posible.
Qué decir de Roly, el espantoso caniche gigante de los Watts. Grandes batallas domésticas se libraron en la trastienda del Queen Vic, pero ni la más atroz de las mismas logró alterarle mínimamente el gesto y los ademanes.
Por último sólo queda escuchar a los Smiths para aderezar la mezcla. Que aproveche.
Fue posterior la llegada de las soap operas a nuestras pantallas. Llamadas así debido a que en la televisión estadounidense de los años 50 dichas producciones estaban financiadas por empresas de productos de limpieza.
Eran estos culebrones primigenios simples recreaciones de sus antecesoras, fotonovelas y radionovelas. La fórmula funcionó y desde entonces a nuestros días.
Si no hace mucho en Frío de Verano nos referimos, aunque muy por encima, al culebrón australiano "Neighbours", no podríamos para nada obviar a la telenovela de la BBC "Eastenders".
Todavía vigente tras veinte años de emisión initerrumpida, no es, sin embargo la soap opera más longeva del panorama televisivo. El listón de "Coronation Street" , de la cadena ITV, tras cuarenta y cuatro años en antena está aún por superar.
Pero no fue el devenir cotidiano de los vecinos de esta calle de Manchester el que caló hondo en los telespectadores catalanes. Ya que a mediados de los 90 la cadena autonómica TV3 quiso volver a apuntarse el tanto del éxito que obtuvo con "Eastenders" al emitir escasamente una temporada de la serie, que obtuvo una discreta cuota de audiencia.
Rebautizada su rival "Eastenders" como "Gent del barri", aterrizó durante 1987 con dos temporadas de retraso.
No obstante, TV3 ("la teva", así rezaba el slogan) emitió el serial desde el principio asegurándose así no pocos incondicionales en la franja horaria de la sobremesa.
No relataba las intangibles vicisitudes de las grandes sagas de las teleseries de lujo y poder como Dallas, Dinastía y Falcon Crest (sí, ahora también en City TV para los muy nostálgicos) ni los tórridos y pasionales romances de la más genuína tradición venezolana. Tal vez por ese motivo no cayó en el estereotipo folletinesco y claramente despectivo en el que estaban por aquel entonces encasilladas las anteriormente referidas.
No susceptible por naturaleza a ser comparada con el producto nacional, si bien cabe advertir que todo paralelismo no procede.
Desengáñense y dejen de leer si creen que, por ejemplo, "Los Serrano" es una adaptación castiza del caso que nos ocupa.
Nada que ver, estamos simplemente ante un reflejo sin artificios (a veces irónico, a veces hiperrealista) de usos y costumbres de la sociedad. Británica, sí. ¿Pero no es acaso el comadreo un valor universal?. Ya ven. Tan lejos, tan cerca.
Escudada en gran parte por la solvencia interpretativa de su elenco (a quienes supongo contratados en modalidad vitalicia) discurría a lo largo de cientos de capítulos este gran drama contemporáneo entre encarnizadas rivalidades de clanes, amores furtivos, personajes de turbio pasado y dudosa moralidad, secretos inconfesables, rencillas irreconciliables, traiciones, infidelidades, extorsiones de medio pelo, economías precarias, paternidades cuestionadas y demás desencuentros.
Tragedias de mesa camilla, al fin y al cabo, que se veían amplificadas por el encanto de su cotidianidad. Costumbrismo kitsch, lo llamaría yo.
Fieles exponentes de esta corriente serían el binomio Dot Cotton - Ethel Skinner, o lo que es lo mismo, la quintaesencia de Walford. El barrio londinense donde se desarrolla el hilo argumental.
Entrañables señoras octogenarias típicamente inglesas, ambas dos con una existencia plagada de fatalidades y sinsabores que han ido sorteando a golpe de cotilleo y corrillo vecinal dando vidilla a la fauna endémica de Albert Square. Y que no decaiga.
A pesar de que buena parte de la acción está rodada en exteriores cabe destacar también la escenografía y el atrezzo, impagables.
Emblemático es ya el Queen Victoria, mugriento pub regentado por la familia Watts, donde al final del día solían reunirse todos los personajes a ventilar sus penas y alegrías. ¿O tal vez a gestar conspiraciones y trifulcas con los que mantenernos en vilo hasta el día siguiente?. Quién sabe...
La casa de la familia Beale, ese gran matriarcado azotado por desgracias tales como un hijo seropositivo, una hija mal casada con un mega-loser y convertida en madre adolescente merced al padre de su mejor amiga, un marido pusilánime y adúltero confeso a la vez, y un hermano inexplicablemente atropellado por un autobús.
Irrepetibles momentos de llanto y tensión fueron los vividos en el salón comedor de los Beale, pero inasequible al desasosiego emergía cual cetro desde la mesa una tremenda tetera enfundada en una especie de poncho de lana decorado con motivos florales. Ostentaba una borla como remate de la pieza. Y créanme, era capaz de herir todo criterio estético posible.
Qué decir de Roly, el espantoso caniche gigante de los Watts. Grandes batallas domésticas se libraron en la trastienda del Queen Vic, pero ni la más atroz de las mismas logró alterarle mínimamente el gesto y los ademanes.
Por último sólo queda escuchar a los Smiths para aderezar la mezcla. Que aproveche.
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